lunes, 2 de noviembre de 2009

Cuando Nadie Me Ve.......


Pensé que Laura no iba a poder despertarme, juraría que incluso se lo había dicho y asegurado, sin embargo me despertó. Miré el reloj digital que tenía en su mesita de noche. Pude ver los números verdes entre mis pestañas pegadas:

eran las siete en punto de la mañana. Maldije mentalmente y me di vuelta pensando dormirme pero unos ruiditos que venían de la cocina no me dejaban hacerlo. No porque fueran muy estridentes, sino sencillamente porque me daban curiosidad. Imaginaba que era Laura que se estaba preparando el desayuno, eran golpecitos de cubiertos sobre vajilla, líquidos, puertas que se abrían. Di otra vuelta en la cama y creo que me dormí de nuevo por un instante.

Un rato después me volví a despertar. Era Laura que había entrado a la habitación. Noté que entre mis piernas tenía una erección. Una erección matutina y demoledora. Yo seguía acostado, de espaldas a ella y podía escuchar que abría y cerraba cajones de su cómoda.—¿Te desperté? —escuché que preguntó con voz queda, casi imperceptible.No le respondí.—¿Manny? —volvió a preguntar, alzando un poco la voz.—Qué —le respondí, casi dormido.
—¡Ah! No sabía que estabas despierto.No dije nada. Escuché que se metía al baño y abría la ducha. La imaginaba bañándose, llena de espuma, con el agua corriendo a través de su cuerpo, gotas que caían por su espalda y largas piernas, gotas que entraban por cada una de sus comisuras. La erección no cedía y las imágenes y sonidos de Laura bañándose ayudaban a mantenerla aún más sólida. Por un momento pensé en levantarme, entrar al baño y cogerla ahí mismo. Luego volver a la cama y seguir durmiendo como si todo no hubiese sido más que un sueño.
Pero se estaba tan bien ahí, en la cama. Sin embargo, ya no pude dormir, al contrario, cada vez me despertaba más y más. Y la erección estaba cada vez más viva. Miré al techo, me quedé mirándolo por un momento, luego miré el reloj, eran las siete y veinte. Sólo habían pasado veinte minutos desde la primera vez que me había despertado.Escuché que salía del baño. De inmediato me levanté, la vi entrar a la habitación.

Tenía un albornoz verde y la toalla envuelta en el pelo. La saludé y me metí en el baño. Limpié el vapor del espejo, me miré. Luego me lavé rápidamente la cara, me acomodé el pelo con los dedos y salí. Cuando entré a la habitación, el albornoz estaba en el piso y ella ya se había puesto un minúsculo calzoncito negro. Estaba de espaldas a mí. Su delgada figura estaba muy bien proporcionada. Las nalgas duras y redondas aseguraban un placer suave a quien las acariciara. Mi erección quería ya elaborar sus propias ideas. Me acerqué y la abracé por atrás.—Tengo que ir al diario Manny, déjame cambiar —dijo ella.


Le di besos en el cuello, en la espalda, mientras mis manos se entretenían con su estrecha cintura. Me agaché y le saqué el calzoncito. La acosté en la cama y metí mi rostro entre sus piernas mientras escuchaba que decía mi nombre y cosas como que no podía hacerlo porque no tenía tiempo y que no quería llegar tarde al trabajo. Pronto dejó de decir mi nombre y a quejarse suavemente. Yo seguía y seguía mientras acariciaba sus delgadas piernas y sus firmes pezones.—Ven acá, súbete, ven —dijo y me tiró hacia ella, hacia su rostro.Me subí y la besé. Sentí que su mano metía mi erección entre sus piernas.


Era un lugar perfecto: húmedo, cálido y suave.Nos movíamos como si fuéramos bailarines que se conocían desde la niñez.—Idiota —me dijo, cuando cambiamos de posición: yo acostado y ella sentada sobre mí—, ahora voy a tener que bañarme de nuevo.—No importa —le respondí—, no hay ningún problema con eso.—Es que voy a llegar tarde al trabajo —replicó sin dejar de moverse.—De qué trataba entonces la canción de anoche Laura, un rico polvo nunca se deja para después.Se rió y empezó a moverse más rápido, a gemir más fuerte. Todo su cuerpo era delgado pero firme, elástico, realmente le funcionaba todo eso de no comer en exceso. Yo aguantaba y aguantaba, hasta que sentí que se venía, se venía sentada sobre mí.Luego se metió a la ducha y salió apurada a las oficinas del diario.

Dijo que nunca había llegado tarde y que ese día no tenía por qué ser la excepción. La metódica Laura. Yo me acosté de nuevo y me dormí. Cuando me desperté, el relojito decía que era el mediodía, era un buen momento para levantarme.

Tomado de : http://hombreneanderthal.blogspot.com/2009/06/relatos-de-amor-y-sexo-de-un-chico.html

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